No había otra manera de pasar esta noche, que con el trago amargo de ver a la Franja consumando un ridículo gigantesco y anticipado.

Lo sucedido en Veracruz, lo sabíamos todos. Estaba escrito. Y quien diga lo contrario, miente.

Tal vez por eso es que llevo diez o quince minutos, aquí, frente a la computadora, con la hoja en blanco y el teclado durmiendo; porque desde hace mucho, queda muy poco por decir.

Tratando de encontrar, si no la luz, sí algunos matices para darle sentido a lo ocurrido, entro y salgo de Twitter como desquiciado. Alguna vez, leí que este lugar era ‘casa tomada’, y había que huir lo antes posible.

Demasiado tarde: soy muy poco sensato y extremadamente masoquista; la necesidad de incendiarme la cabeza me rebasa. No cabe duda, soy de la Franja.

Me parece cansino seguir hablando de Ángel Sosa y su ansiada salida de la dirección deportiva; existen historias cuyos finales no son felices ni tristes, sino simplemente innegociables.

Creo aburrido, también, seguir hablando de los jugadores, aunque muchos de ellos se empecinan en exhibir sus ansias por abandonar este barco; y con ellas, sus inagotables miserias.

Me resulta innecesario, además, especular sobre el futuro de Juan Reynoso, cuya continuidad pasa por todo lo que pueda imaginarse, excepto por sus propias manos.

Desgastante, por decir lo menos, emitir juicio a una directiva cuya gestión, hoy agridulce y confundida, está echando por la borda un cúmulo de aciertos.

Tanto así, que el oscurísimo capítulo de esta noche dejó la puerta abierta al oportunismo. Y de la nada, exdirectivos, pseudoperiodistas gangsteriles y una peculiar estirpe de aficionados, cual carroñeros, hicieron lo que mejor saben: ser ellos.

Existe un tema sobre el que me sí me habría gustado ahondar (y fantasear):

El escudo del Puebla bordado en una bandera gigantesca que, sostenida por su afición, cubre al estadio Cuauhtémoc en su totalidad; ningún jugador ni directivo ni absolutamente nadie, nunca, por más que quiera, la puede alcanzar. Sólo su gente.

Pero ya es hora de dormir, y hay sueños que, pareciera, están llamados a la fatalidad.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.