Fue algunos años atrás y fue, también, un secreto a voces.

Con algunos puntos por disputarse en el torneo y con posibilidades reales de acceder a la Liguilla, algunos jugadores (de aquella estirpe de mercenarios que por años invadió el vestuario poblano) prefirieron hacer caso omiso a dicho logro que desperdiciar los boletos de avión, ya en mano, para pasar la Navidad en alguna playa antes de emprender la huida para saquear otra ciudad y engañar a otra afición.

Pocos enfranjados podrán negar que lo sucedido ante Tigres, fue una experiencia con mucho tiempo sin saborear.

Claro está, hubo imprecisiones, yerros infantiles que son necesarios señalar y trabajar hasta la saciedad; o, mejor dicho, hasta donde el torneo dé alcance.

Sin embargo, la reacción futbolística propiciada desde el banquillo, el no achicarse ante un equipo y director técnico acostumbrados a ser mejor que sus rivales (con ‘sonrisitas’ socarronas incluidas), el hacer respetar tu estadio y, también, lograr que los aficionados termináramos extasiados, sonrientes, con la voz desgañitada y el pecho descongelado, no es un tema menor.

Con aquellas manías barriobajeras completamente extirpadas del vestidor, cada uno de los que hoy defiende a la Franja, sea desde la butaca presidencial, pasando por vestidor, el campo y hasta el último asiento en rampa del Cuauhtémoc, sabe perfectamente que menos de lo hecho el viernes pasado, ya no se puede dar.

El boleto a la Liguilla tiene a Tijuana como sede.

Hay una cita con la historia. La playa puede esperar. 

Nos leemos la siguiente semana; y recuerden: la intención solo la conoce el jugador.