La historia del futbol mexicano está marcada por situaciones que han quedado enmarcadas en la historia. En esta ocasión recordamos una que no es precisamente algo que suceda habitualmente en el futbol y para ellos nos tenemos que remontar a la temporada 1987-88.

Era un 28 de junio de 1988 y se jugaba la semifinal de vuelta en América y Morelia en el Estadio Azteca. En el primer partido empataron 2-2; por los michoacanos marcaron aquella vez Mario Díaz y Humberto Ron, mientras que por los azulcremas anotaron Antonio Carlos Santos y Luis Roberto Alvés 'Zágue'.

Ya en el duelo de vuelta, el tiempo reglamentario ambos no se hicieron daño y se fueron a tiempos extras ya que no existía otro criterio de desempate. En la prórroga, Ricardo Campos puso el 0-1 pero Alfredo Tena se encargó de igualarlo. Finalizados los 30 minutos de tiempos extra, el árbitro otorgó el pase a la final a Morelia y apartir de ahí todo comenzó.

Los 'rojiamarillos' eran alegría pura por acceder a la fase final mientras que aficionados y futbolistas de los azulcremas lamentaban la eliminación pero no todos estaban conformes. El 'Capitán Furia' y Jorge Vieira (estratéga del América) se acercaron con el colegiado Miguel Ángel Salas para indicarle que el partido debía irse a penales como lo marcaba el reglamento. Sin embargo, el árbitro se negó a aceptar aquella petición y se fue a las regaderas juntos con su cuerpo arbitral.

En sus vestidores, Miguel Salas se percató en el reglamento que lo que aseveraban Tena y Vieira era correcto y que tenían que jugarse la tanda de penal al no valer el gol de visitante en tiempos extra. 40 minutos más tarde, volvió junto con sus abanderados para aceptar que si se tenían que jugar los penalties. Ante esto, los jugadores de Morelia se negaban a volver al terreno de juego pero el aquel entonces Gobernador de Michoacán, Luis Martínez Villacaña les pidió que disputaran la serie desde los 11 pasos como un acto de honorabilidad.

América terminó por ganar la serie 3-1 y accedió de manera definitiva a la final. Aquel ridículo aún retumba entre las páginas tristes del futbol mexicano donde un árbitro nunca supo en su totalidad de qué trataba su reglamento.