Volvió a suceder: por tercera ocasión en el torneo, México debió remar contra corriente para conseguir la victoria. La última víctima, Rusia. Y así, el combinado nacional consiguió su clasificación a las semifinales de la Copa Confederaciones.  

Desde el primer minuto, fuera por el aturdimiento del himno ruso, por sentirse realmente visitante o por ese afán de demostrar que el plan para encarar el torneo (las rotaciones) había sido el adecuado, al cuadro nacional le dolía absolutamente todo. Tanto así, que a pesar de la fortuna que le negaba la gloria a los anfitriones, Samedov aprovechó el inverosímil yerro de Erokhin ante el marco de Guillermo Ochoa y, con un sutil balón a ras de césped, parecía presagiar la tragedia

Sin embargo, en su afán de erradicar la arraigada tradición del 'jugar como nunca y perder como siempre', y a través de uno de sus cuestionados bastiones, el Tricolor de Juan Carlos Osorio se reencontró con la luz: en un remate imposible, y a pesar de la superioridad del rival, Néstor Araujo igualaba las circunstancias.   

En cierto momento, Rusia buscó y pareció merecer más, pero la indecisión de Smolov y las ansias de Hirving Lozano decidieron lo contrario: con el pie de Akinfeev en el pecho, el Chucky convirtió en asistencia un desesperado respiro de Héctor Herrera y sentenció la victoria. El nuevo México no entiende -ni quiere entender- de supuestas justicias.

Hubo un tiempo donde México se relamía las heridas con tradiciones que, al parecer, no tienen cabida en el proceso actual; las de ahora, las de Osorio y las de su equipo son tradiciones que, aunque algunos no compartan y no sepamos cuánto duren, llegaron para quedarse. Y aquí entre nos, no parecen del todo malas. 

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